Recolección

Ha llegado el tiempo de recoger moras y eso es lo que empezó a hacer mi familia ayer por la mañana, aprovechando que no hacía día de piscina y que en una zona de la urbanización hay unos zarzales decidieron acercarse hasta ellos para ver si tan delicioso fruto estaba ya en su punto.

Posiblemente lo anterior no sea más que una tontería de madre trabajando mientras su familia (léase respectivo e hijos) apura sus últimos días de vacaciones. Aunque también hay una explicación más racional.

Os pongo en antecedentes: hace dos veranos, unos amigos nos llevaron a pasar una tarde de septiembre a un lugar en la Sierra de Madrid (del que de momento no voy a dar más pistas) en el que había multitud de zarzas. Como todos nuestros hijos eran pequeños, nos dedicamos a recoger moras, no muchas, tan sólo las que cupieron en las bolsas de las meriendas. Busqué recetas en Internet y al final hice un delicioso bizcocho y medio bote de mermelada. ¿La experiencia? buena; ¿el bizcocho? ¡soberbio!, la mermelada, ¡muy poca!
El año pasado, quisimos repetir excursión y recolección por la misma fecha pero ¡sorpresa!, no había ni una sóla mora, el calor había acabado con ellas.

¿A qué ahora tiene sentido lo que dije al principio?

Bueno, pues tengo que decir que hay moras, grandes y jugosas, y que en vista de ello nuestro instinto recolector se ha puesto en alerta, así que en próximas entregas la repostera que llevo dentro dará señales de vida (o quizás no).