Este mes me he convertido en pirata, bucanera, corsaria, filibustera y todos aquellos términos que se puedan usar para denominar a la persona que busca tesoros.
SÍ, ESTE MES HE BUSCADO TESOROS.
Teniendo en cuenta que tesoro es también joya, maravilla, caudal, fortuna y hacienda, os habréis imaginado que no he andado con un pantalón de rayas rojas y blancas, casaca de seda salvaje con bordados dorados en solapas y puños (que le voy a hacer si una tiene estilo hasta imaginándose pirata), y una espada en la mano.
Tampoco he sido una Indiana Jones (a pesar de que moriría, o mejor hubiera muerto, por ser la compañera de Harrison Ford) en busca del arca perdida o el templo perdido.
No, ¡mi aventura ha sido incluso mejor!
A principios de septiembre, la gobernadora general de las tierras francófonas del lejano Canadá, anunció de manera sutil los términos y condiciones para una nueva empresa que se desarrollaría a lo largo y ancho del mundo (¿o debería decir alrededor del mundo por aquello de la forma?).
Junto con un cada vez más numeroso grupo de aventureros, me dediqué a dibujar mapas (establecer itinerarios), recabar información privilegiada (internet), planificar incursiones sorpresa (visitar abuelos y dejar niños), almacenar material (cargar baterías, vaciar memorias) y demás para el éxito de semejante misión.
Para acometerla me he acompañado de infantes y enamorados
servido de bicicletas y animales
paseado, con los pies siempre en la tierra, entre comerciantes y artistas
subido y bajado escaleras para obtener las viandas que me dieran fuerza
disfrutado, a la luz de farolas, de expresiones artísticas recientes
refrescado en fuentes
contemplado esculturas mientras alcanzaba el destino final, con el único objetivo de disfrutar de noticias de última hora al olor de una taza de café.
El botín es mío, y vuestro (si queréis disfrutarlo).
P.D.: La embarcación en la que cruzar mares y océanos en nuestra próxima búsqueda de tesoros, permanece varada en puerto (en el caso de Madrid mejor decir embarcadero), hasta nuevo aviso.