domingo, 5 de abril de 2009

Un fin de semana diferente

El fin de semana pasado disfruté de una intensa vida social, al menos para lo que estoy acostumbrada desde que soy madre (y no me quejo, pero si que es cierto que desde me adentré en la ventura de la maternidad, mi vida social se ha visto relegada a un segundo, e incluso un tercer, plano).

El viernes, salí rauda y veloz de la oficina porque había quedado con unas compañeras de trabajo y a la vez amigas para comer. Una de ellas está embarazadísima y lleva un tiempo de baja por lo que quisimos vernos antes de que se una al club de las madres.

La comida fue a base de raciones, que aunque muy buenas nos resultaron un poco escasas, por lo que nos vimos “obligadas” a pedir postre: empanadilla rellena de chocolate y frutos secos (siento no poner foto, pero me acordé de tomar fotos con los cafés).

Como la conversación era animada, seguimos dando una vuelta, para luego tomarnos un café, la embarazada nos dejó porque ya está en ese período en el que no se está a gusto ni sentada ni de pie. El resto seguimos de charla mientras hacíamos shopping. Llegadas las nueve de la noche, y a pesar de las risas que los días anteriores provocó mi idea de “tarde sin plan definido y si surge merienda-cena pues nos quedamos”, decidimos que era hora de volver a sentarnos mientras tomábamos un tentempié.

Sólo diré, que llegué a casa la una menos cuarto de la mañana, y que pasar la tarde-noche sin pareja y sin niños fue de lo más gratificante.

El sábado mi hermano invitó a mi hijo mayor y a su padre al fútbol, para ver a la flamante Campeona de Europa jugando en el Santiago Bernabéu. Yo no soy muy futbolera, pero como un amigo que también pensaba ir, dejó su entrada libre, no dudé ni un momento en apuntarme. Tengo que decir que era mi primera vez en el Santiago Bernabeú, y casi en un partido de fútbol oficial (la final de las Olimpiadas del 92 en Barcelona queda ya muy lejos).

El ambiente ya en el metro era estupendo (acercarse hasta allí en coche era una locura), multitud de familias, grupos de amigos, pensaron que asistir al evento era un buen plan.


Las bufandas, banderas, pelucas, bocinas, disfraces … convirtieron un evento deportivo en una fiesta. Una fiesta en la que la premisa era pasarlo bien. Y eso es lo que hicimos: DISFRUTAR.

He pasado miles de veces por delante del estadio, pero tengo que reconocer que la primera vez que ves el campo impresiona. Parece una alfombra de un tono verde intensísimo. Y ver las 80.000 personas que allí caben también.



El partido, en mi modesta opinión, más bien soso, pero sólo por ver la cara de felicidad de mi hijo durante todo el partido, por sufrir su nerviosismo durante toda la jornada, por compartir con él esta experiencia, mereció la pena.


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